Fotografía contemporánea por Francisco González Fernández.

17 Festival Zemos98

No somos pocos los que creemos que, desafortunadamente, en 1978 nos dimos una democracia incompleta cuyas carencias y cuestiones esenciales no resueltas se pondrían de manifiesto a lo largo del tiempo.

Entrar a pormenorizar esas cuestiones esenciales irresolutas excedería en mucho las intenciones de este blog, pero sí creo que valga la pena, al menos, citar algunas de ellas que no habiendo quedado solucionadas representan hoy en día un déficit democrático difícil de solventar.

Entre otras, podríamos referirnos a la de un poder judicial arcaico, obsoleto, poco eficiente y dependiente del poder ejecutivo, la de un sistema desequilibrado de financiación interterritorial, la de la poca cohesión y acuerdo para establecer un sistema educativo perdurable y eficaz, la de un adecuado y sostenible sistema de financiación de la sanidad y atención a las clases pasivas o la de un esquema legal de protección y financiación de la cultura general.

Viene todo esto a colación del anuncio público hecho por la entidad cultural Zemos98 de renunciar a continuar con la organización y producción del Festival Zemos98 de Sevilla. Y si bien ya han sido muchas e importantes las personas de la cultura las que de manera extensa han opinado al respecto, no he podido mantenerme al margen de dar mi opinión, no solamente porque haya seguido de cerca sus actividades sino porque , también, participo plenamente de sus tesis respecto de la cultura y creo de justicia hacerme eco del profundo valor cultural y social que a lo largo de sus 17 ediciones nos han venido ofreciendo de una manera absolutamente admirable e impagable.

El Festival Zemos98 no puede continuar. Con sus miembros personalmente endeudados, con retribuciones totalmente míseras para la productividad y el valor añadido que nos ofrecen y sin apoyos institucionales públicos, son víctimas de un sistema democráticamente deficitario en el que las políticas públicas culturales ancladas en épocas periclitadas sólo benefician a un clientelismo ideológico al servicio de la más miserable de las corrupciones, la que no quiere que los ciudadanos sean más cultos y, por ello, más libres.

El Festival Zemos98 no puede proseguir porque esas políticas públicas culturales no han defendido ni defienden la remuneración justa de los autores y de los agentes culturales, porque esas políticas no estimulan la sostenibilidad económica de la cultura, ni con una regulación eficaz y eficiente del mecenazgo, eternamente prometida, ni con la protección fiscal de la actividad, la creación y la producción cultural.

El Festival Zemos98 no puede persistir porque esas políticas públicas no fortalecen el tejido industrial de la cultura, ni incentivan el intercambio y la diversidad cultural, ni tampoco favorecen desde los medios públicos de difusión la producción cultural independiente.

La salud cultural contemporánea de un país no solamente se mide por el hecho de tener grandes artistas y contar con grandes equipamientos, sino que se funda en la creación de contenidos simbólicos a través de sus actividades culturales, su diversidad creativa, su pluralismo ideológico y su grado de innovación estando todo ello al servicio del consumo de los usuarios, de su capacidad de elección y hoy, más que nunca, del uso de las tecnologías y las redes digitales.

En una economía de mercado las estrategias comerciales de los distintos agentes determinan imperiosamente las relaciones culturales, pero en una auténtica democracia, las políticas públicas culturales son absolutamente esenciales para corregir las deficiencias del mercado y su total incapacidad para defender la cultura de las minorías, para subsanar los desequilibrios entre los agentes culturales o impedir que no se pueda acceder democráticamente a los bienes culturales. Muy simple: la cultura es democracia.

En la España de hoy y, por razón de su ámbito, en la Andalucía actual no existe un modelo de política pública cultural orientado al desarrollo del sistema y de la democracia, pues las políticas vigentes se dejan en mano de personas con escaso conocimiento y experiencia del territorio que ocupan y cuyo objetivo esencial no es otro que promover actividades de impacto en el público, en definitiva, favorecer productos masivos internos y externos de baja calidad siempre opuestos a la creación independiente.

El Festival Zemos98 no sólo ha muerto por falta de apoyos y sintonías institucionales públicas, ha muerto de criterio, coherencia e independencia, atributos todos ellos totalmente inaceptables para unos poderes políticos cegados, ramplones, mediocres e ignorantes. A lo largo de estos diez y siete años ha sabido estar en conexión con la cultura interna y externa, traernos otras realidades maduras de otros países, comunidades y ciudades que comenzaban a surgir y a ser trascendentes en nuestro tejido social y cultural, confortarnos en medio de este yermo cultural en el que se encuentra sumido nuestro país desde hace muchas décadas.

Zemos98 y su Festival nos han hecho entender el valor extremo y profundo de una cultura viva, fresca, crítica, contemporánea y socialmente rica e innovadora. No sólo lo echaremos de menos, sino que, lamentablemente, perderemos un agente extraordinario en el desarrollo de nuestra democracia y en el progreso de nuestro país.