Aún siguen los ecos de la polémica suscitada por la última exposición y libro de Joan Fontcuberta A través del espejo. Para quienes desde hace años seguimos, de una u otra manera, la cultura fotográfica, no nos ha sorprendido -en esta nueva ocasión- el carácter provocador, de negación de la verdad, de engaño y cuestionamiento teórico que de las prácticas contemporáneas de la fotografía hace Fontcuberta. Cuestionamiento que propone siempre en sus obras desde hace décadas y que, guste o no, han servido para la construcción de nuevas praxis y teorías sobre el medio. Desde esta perspectiva no hay nada que aborrecer de la nueva obra y texto polémicos que acaba de presentar. Es, por así decirlo, Fontcuberta en estado puro.
Pero si hasta ahora esta había sido la pauta de su obra desde Herbarium, con A través del espejo se quiebra este modus operandi pues su iniciativa sí que permite otras reflexiones que va más allá de lo que hasta ahora podía calificarse a través de la teoría y crítica del arte, pues esta última obra – a mi juicio- sobrepasa los planteamientos que encajaban su producción en prácticas descontextualizadoras o meramente apropiacionistas.
A través del espejo, no se sabe si intencionadamente o no, abre nuevas disquisiciones teóricas sobre el medio fotográfico y plantea otras que, sin ser específicamente de tal naturaleza, se insertan en los debates sobre la imagen y la red.
Una de estas cuestiones y quizás la más reiterativa tendría que ver con la naturaleza de la propia fotografía en la era digital y que desde mi personal opinión, debería de solventarse por medio de la mera perspectiva del uso que se le otorga al medio. Así, por poner un ejemplo, es más que evidente que si la función de la fotografía se orienta a la producción de arte, es irrelevante tratar de asignarle una naturaleza distinta si lo que se utiliza es un medio analógico o digital. De lo que se trata, en esencia, es que a la fotografía -en cuanto medio de producción- ya sea artística, documental o personal, el establecer una distinción sobre lo analógico o digital le resulta banal.
Más interesante parecen las reflexiones planteadas por la teoría y a las que se adhiere el propio Fontcuberta cuando en relación con la fotografía digital en su uso de comunicación social, consideran que esta forma fotográfica «ya no supone el registro de un acontecimiento sino el propio acontecimiento» y que «transmitir y compartir fotos digitales constituye un nuevo sistema de comunicación social».
Desde la primera perspectiva estaríamos en lo que en su día califique como la consagración del paso de la reproducción de lo real a la producción de la realidad atributo que – según mi criterio- se encuentra inherente en la naturaleza de la propia fotografía, tesis cuya exposición escapa ahora a las intenciones de este comentario.
Desde la segunda perspectiva y en relación con las prácticas sometidas a contexto, este nuevo sistema de comunicación social se desarrollaría en internet como una especie de hilo de conductor entre diferentes grupos y colectivos sociales, a modo de un metalenguaje que les serviría para unirlos.
Es cierto que muchas de estas disquisiciones podrían focalizarse en una única dimensión crítica y teórica que, para mí, no es otra que la de reflexionar sobre lo que hoy es la fotografía. Y es aquí, en la búsqueda de la significación de lo qué es o no la fotografía, donde radica todo el núcleo de la polémica suscitada, pues apenas que uno siga los debates planteados, podrá apreciar que tanto unos como otros hablan de la fotografía como si fuera una sola materia teórico-práctica. Y no es así.
No puede atribuirse la misma significación a una fotografía de un colectivo de facebook, que a una fotografía de artista expuesta en una galería de arte. Y no la tiene por cuanto que su función y su uso son diferentes.
Para el espectador y lector poco atento Fontcuberta parece jugar con trampa cuando dice que «la idea tradicional de autor deber ser revisada» y que «las fotografías expuestas en la red se encuentran en un espacio público que permite su uso indiscriminado». Para quienes desde hace tiempo conocemos sus argumentos lo que está proponiendo en realidad es un debate acerca de la naturaleza de conceptos como el de autor que parece se difuminan en la red.
Creo sinceramente que Fontcuberta nos está emplazando a debatir en profundidad sobre las nociones del derecho de autor y del derecho de imagen en plena era de la hiperconectividad y en esa tesitura he de manifestar que no le doy la razón cuando dice que las imágenes expuestas en internet constituyen un espacio público que permite tomarlas y usarlas indiscriminadamente. Y no es de ese modo, por cuanto que la accesibilidad no significa que se puedan usar para algo distinto de su inicial función.
Para mí, en esencia, la naturaleza del medio fotográfico viene definida por el uso o función que queramos otorgarle y que toda alteración que se haga de uno u otra activa inmediatamente mecanismos adheridos a la fotografía que tienen que ver esencialmente con la autoría y el derecho a la imagen. Si Fontcuberta no considera autores a quienes exponen sus fotografías en internet en espacios de comunicación social, pues estima que no se trata de obras intelectuales, sí debería tener en cuenta la necesidad de estar autorizado a usar la imagen de quienes son retratados. Flexibilizar, relajar o suprimir estos adheridos es una cuestión distinta y que ahora no es objeto debate.
Quienes publican sus fotos en internet lo hacen en un contexto específico y con un uso y una función concreta, que -en general- suele ser la de la comunicación social. Tomar y utilizar esas fotografías para asignarles un uso distinto, aunque sea artístico, no puede legitimarse en la apropiación indiscriminada, sino en el consentimiento de quien las ha producido para un fin concreto.
Foto: Googlerama, Joan Fontcuberta