Fotografía contemporánea por Francisco González Fernández.

Daniel Ochoa de Olza «La Maya»

Alguien dijo que no somos más que nuestras propias creencias, en definitiva, aquello que pensamos de nosotros mismos, de nuestra experiencia y de nuestro saber, y ello aunque creer no sea más que dar por cierto algo sin poseer evidencias de ello. En la vida actual esta aseveración cobra un protagonismo e interés sociológico inusitado desde el momento en el que pareciera que el ser humano ha perdido la fe en el conocimiento para abrirle los brazos a las dudosas certezas que le brindan los rumores y los esloganes.

Durante siglos el conocimiento constituyó el fundamento en el que las personas comprendían teórica o prácticamente los hechos que conformaban la realidad. Hoy, la realidad no es más que una noticia que circula por las RRSS a la que, cada vez más, una inmensa mayoría de humanos convierten en una creencia y en una verdad.

Las tradiciones siempre han estado del lado cercano de las creencias, de los usos y costumbres de una sociedad que las constituía con un afán de preservación y transmisión de generación en generación y cuya base se fundamentaba en principios culturales, sociales o religiosos. Muchos vinculan las tradiciones a una visión conservadora del mundo por tratar de mantener intactos ciertos valores a lo largo del tiempo, lo que no vendría sino a ser un intento de evitar el progreso y la evolución de las sociedades.

Daniel Ochoa de Olza (1978, Pamplona, España) ha dedicado gran parte de su carrera a documentar las tradiciones españolas y en la presente serie La Maya nos muestra como cada primavera, las familias del pueblo español de Colmenar Viejo, con hijas de entre 7 y 11 años, se reúnen para decidir cuál de sus hijas tendrá el honor de ser elegida como protagonistas anual de La Maya, un rito colectivo de esa estación que se remonta a la época medieval.

Las familias participantes  son honradas si su hija es seleccionada de entre las docenas de niñas que solicitan participar en esta tradición local debiendo luego construir y decorar altares con flores aromáticas y hierbas recolectadas del campo circundante. Las elegidas son vestidas con bellos atuendos y trajes y una corona de flores adornando sus cabezas. No hay reglas escritas, todo se ha transmitido oralmente de generación en generación. A medida que las multitudes pasan durante las dos horas que dura el acto, las niñas deben quedarse sentadas perfectamente inmóviles y sus expresiones faciales son una señal de la seriedad con la que se toman sus papeles.

 

Foto portada y fotos: de la serie La Maya de Daniel Ochoa de Olza

La serie se muestra también en: National Geographic – Magazine