Conocí a Chema Madoz hace veinte años en el Festival de Arles cuando, cargado de ilusiones como muchos otros jóvenes fotógrafos, mostraba su carpeta de obra fotográfica. Desde aquel entonces y desde aquellas primera imágenes, se ha mantenido fiel a su manera de entender la fotografía, como un vehículo a través del cual formular su manera de ver el mundo. Una manera que -como muchas veces ha puesto de manifiesto- no tiene nada que ver con las certezas, sino -más bien-con el equívoco en el que las apariencias suelen construir la propia realidad.
Su obra es una constante metáfora en la que los objetos aparentan ser lo que no son para convertirse en algo distinto y diferente, pero a la vez reconocible por su remisión a otra realidad, una realidad que reside en la capacidad ilusionista de la fotografía para hacernos ver lo que no existe.
Humor, paradoja, ilusión, metáfora o absurdo son los aparejos que utiliza Chema Madoz para transportarnos a los confines de su magia fotográfica y mantenernos expectantes a la aparición de un nuevo sortilegio con el que recabar nuestra atención.