El mundo se ha convertido en un lugar contaminado de manipulaciones, mensajes, falsas noticias, bulos, incomprensiones y símbolos en el que cada vez es más difícil saber qué es verdad y qué es mentira. En medio de esta acumulada contaminación no hemos advertido que nuestra relación con el tiempo y con el espacio se ha transformado de tal manera, que se ha producido una quiebra en la propia percepción de nosotros mismos. Imbuidos en el ritual vertiginoso de la existencia, hemos llegado a consagrar a lo utilitario como la única vinculación posible con él y en nombre de la utilidad hemos aceptado, progresivamente, la pérdida de nuestra condición de humanos y de la percepción esencial del orden del universo. Un orden cuya arquitectura depende de una delgada línea de interdependencia entre todos los elementos en que se constituye la vida.
En este universo que nos hemos construido no hay tiempo ni espacio y en él todas las ventanas que se abren a la experiencia nos proyectan un carrusel fugaz de acontecimientos, de hechos, de falsas realidades, que permanentemente se nos presentan en atropellada sucesión. Todo ha de ser efímero y banal. Nada puede ser. Finalmente, y en medio de un tan profundo vacío, se ha hecho imposible medir el tiempo. Ha dejado de existir. La inmediatez se ha configurado en la única regla existente y, con ella, hemos perdido toda posibilidad de mediar con los demás o con nosotros mismos, creándose así un insondable abismo de distancia entre cada existencia. En esa distancia, cada vez mayor, lo inmediato actúa a modo de ruido sobre el que es imposible escuchar la palabra y sin ella quedamos huérfanos del relato común que nos amalgamaba con la vida.
Marc Augé afirma que un hotel es un no lugar que no puede definirse ni como espacio de identidad, ni como relacional, ni como histórico pues simplemente es un lugar de transitoriedad en donde una persona sólo es lo que hace o vive como cliente y en donde únicamente se confronta con una imagen de sí mismo bastante extraña al verse manteniendo un diálogo silencioso con el reflejo de su rostro en un espejo.
La serie Hotel de Ewa Monika Zebrowski (nacida en Inglaterra, vive en Montreal, Canadá) es una búsqueda permanente de la desaparición del tiempo, de la memoria, de la traza y de la huella. Sus imágenes tratan de rescatar del pasado lo acontecido, de hacer emerger el recuerdo de las existencias otrora vividas. Imágenes que nos muestran un presente clónico, un territorio vacío e idéntico a sí mismo. Lugar sin lugares.
Decía José María Guelbenzu que la vida, como todos sabemos, es sorprendentemente semejante a sí misma y sorprendentemente diferente en su semejanza. El ojo del artista es el que descubre esas diferencias y ahí radica su singularidad una vez que es capaz de manifestarlo expresivamente. Sin tiempo, sin historia y sin relato, Ewa Monika Zebrowski en Hotel encuentra esas diferencias al hablarnos también del silencio de la fotografía frente al silencio de cada uno de nosotros. Silencio de los silencios. Territorio de lo indefinible y lo intraducible. Preámbulo de la partida del asfixiante lugar común que nos insta a mostrar la diferencia, aquello que nos permite poder poner de manifiesto todo lo que nos hace singulares, que nos obliga a constituirnos en seres excéntricos capaces de huir de la espiral unificadora y del territorio de lo igual. Ser una perpetua singularidad, la auténtica vocación de la fotografía, la única capaz de instalar ante nuestros ojos otros mundos y, con ello, otorgarnos la maravillosa posibilidad de poder erigir uno nuevo.
“En mi trabajo fotográfico quiero revelar lo invisible. Tanto los interiores como los paisajes contienen una historia. Percibo un recuerdo, una energía incrustada, vidas vividas”.- Ewa Monika Zebrowski.
Foto portada: Reproducción parcial.
Fotos: de la serie Hotel de Ewa Monika Zebrowski © All rights reserved
Website: https://www.ewazebrowski.com/ Instagram: @ewamonikazebrowski
The world has become a place polluted by manipulations, messages, fake news, hoaxes, incomprehensions and symbols in which it is increasingly difficult to know what is true and what is a lie. In the midst of this accumulated contamination, we have failed to notice that our relationship with time and space has been transformed in such a way, that our own perception of ourselves has broken down. Imbued in the vertiginous ritual of existence, we have come to consecrate the utilitarian as the only possible link with it, and in the name of utility we have progressively accepted the loss of our human condition and of the essential perception of the order of the universe. An order whose architecture depends on a thin line of interdependence between all the elements that constitute life.
In this universe that we have constructed for ourselves there is no time or space and in it all the windows that open up to experience project a fleeting carousel of events, of facts, of false realities, which are permanently presented to us in a hurried succession. Everything must be ephemeral and banal. Nothing can be. Finally, and in the midst of such a profound emptiness, it has become impossible to measure time. It has ceased to exist. Immediacy has become the only existing rule and, with it, we have lost all possibility of mediating with others or with ourselves, thus creating an unfathomable abyss of distance between each existence. In this ever-widening distance, the immediate acts as a kind of noise over which it is impossible to hear the word, and without it we are left orphans of the common narrative that amalgamated us with life.
Marc Augé affirms that a hotel is a non-place that can be defined neither as a space of identity, nor as relational, nor as historical, for it is simply a place of transience where a person is only what they do or experience as a client and where they are only confronted with a rather strange image of themselves when they see themselves in a silent dialogue with the reflection of their face in a mirror.
The «Hotel» series by Ewa Monika Zebrowski (born in England, lives in Montreal, Canada) is a permanent search for the disappearance of time, memory, trace and trace. Her images seek to rescue from the past what has happened, to bring to the surface the memory of existences once lived. Images that show us a cloned present, an empty territory identical to itself. A place without places.
José María Guelbenzu said that life, as we all know, is surprisingly similar to itself and surprisingly different in its similarity. It is the artist’s eye that discovers these differences and therein lies its singularity once it is able to express it expressively. Without time, without history and without story, Ewa Monika Zebrowski in «Hotel» finds these differences by speaking to us also of the silence of photography as opposed to the silence of each one of us. Silence of silences. Territory of the indefinable and the untranslatable. Preamble to the departure from the asphyxiating commonplace that urges us to show difference, that which allows us to reveal everything that makes us singular, that obliges us to become eccentric beings capable of fleeing from the unifying spiral and the territory of the same. To be a perpetual singularity, the true vocation of photography, the only one capable of installing other worlds before our eyes and, in doing so, giving us the marvellous possibility of being able to build a new one.
«In my photographic work I want to reveal the invisible. Both interiors and landscapes contain a story. I perceive a memory, an embedded energy, lives lived».– Ewa Monika Zebrowski.
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Ewa Monika Zebrowski
