Hubo un tiempo en el que la fotografía no estaba normalizada en el mundo de la cultura y del arte. Desde luego no era lo mismo lo que significaba ni lo que acontecía en torno a ella según se tratara de un país u otro pero, a excepción de los Estados Unidos de América y Francia, en el resto, las personas e instituciones que, de una manera u otra, nos encontrábamos vinculados a la misma, desplegábamos un esfuerzo extraordinario por su reconocimiento singular y autónomo.
En nuestro país fueron muchas las iniciativas que se llevaron a cabo con mayor o menor fortuna, entre otras la de establecer una formación académica y curricular adecuada tanto media como superior, la de formar colecciones públicas que se albergaran en centros y museos, las de conservación de los archivos fotográficos desde parámetros museísticos, el reconocimiento del valor económico en tanto obra de arte y, sobre todo, la del respeto del fotógrafo en cuanto autor y artista.
Durante años la ausencia de interés por parte de las administraciones públicas, de los museos y de los galeristas, hizo que la única manera que existiera para dar a conocer la enorme producción fotográfica que se generaba consistió en la organización de festivales. Eventos en los que esencialmente imperaba el lado cultural y difusor de la fotografía en detrimento de aspectos esencialmente profesionales, económicos y artísticos.
Así, hasta bien entrados los noventa del siglo pasado, la fotografía circuló como una mercancía de difusión cultural con la proliferación de una enorme cantidad de festivales anuales, bianuales y trienales, muchos de los cuales aún hoy subsisten, en una inercia que a hecho que surjan -junto a ellos- algunos nuevos que repiten pertinazmente la misma fórmula de promoción.
En cualquier caso, convendrá reconocer que la situación de la fotografía transcurridos 20 o 30 años desde el auge de los festivales ya no es la misma. Tal vez no sea la más deseable, pero no es la misma y ello es, de esta manera, porque las instituciones museísticas, las colecciones públicas y privadas, así como las galerías han terminado por asumir que el medio fotográfico habría adquirido un rol, en tanto arte, de reconocida aceptación entre la sociedad y con la suficiente atracción de generar valor económico y la prueba de ello, se constata en su presencia masiva en cualquier feria de arte o, como es natural, en cualquier feria de fotografía.
No estoy en contra de los festivales de fotografía pero me parece que va siendo hora de que vayamos pensando en pasar de la difusión a la consolidación de aquellas estructuras necesarias que permitan disponer de todos los recursos que otras disciplinas artísticas tienen.
Foto: de la serie Zen Tao Journal, Lee Ka-sing.