Fotografía contemporánea por Francisco González Fernández.

La fotografía en la era digital

Si a mediados del siglo XX la fotografía convulsionaba los principios sobre los que se asentaba el arte hasta desposeerlo de su propia naturaleza, durante las últimas décadas lo digital ha sido como una extraordinaria tormenta que ha socavado todos los fundamentos sobre los que se asentaba la misma fotografía, de manera que, de momento, asistimos a una ceremonia de la confusión en donde nada parece lo que es y en donde los viejos axiomas sobre los que se sustentaba están desmoronados o a punto de desplomarse.

En el acceso que tuvo hasta el arte, la fotografía destrozó los principios de autoría y aura que tan celosamente guardara para sí aquel, pero lejos de detenerse en su convulsa espiral, la fotografía vino a denostar uno de los principales ejes sobre los que ella misma se fundara, la verdad. Desposeída de aquellos atributos y deslegitimada en tanto medio de veracidad, a la fotografía sólo le quedaban escasos pilares sobre los que apoyarse y, así, dirigió sus pasos hacia a la mareas del apropiacionismo y la ficción, cuando ya la resaca de la cultura del fin de siglo retiraba los restos de lo documental y de la fotografía “en tanto arte”.

Pero acaso distraída en esa tarea de socavamiento de todos los principios en que se fundara, la fotografía tal vez no percibió la tremenda revolución tecnológica que se desarrollaba en su mismo entorno. Lo digital no solamente ha supuesto un cambio radical en el acceso a la realidad y a la información en el contexto de las relaciones sociales y personales, sino que también ha venido a constituirse en el nuevo paradigma de la fotografía, estableciendo una nueva naturaleza para ella que resulta difícil de desentrañar, al estar contaminada por todos los restos que quedan en la playa de la cultura, una vez pasada la gran tormenta, y sobre la que la especulación teórica ahora comienza a enfrentarse.

En un mundo en el que todas las personas son fotógrafos, resulta difícil, sino casi imposible, distinguirse como tal. Desaparecida la magia del cuarto oscuro que convertía al fotógrafo en una especie de artesano alquimista y que le otorgaba un plus aurático indiscutible, ¿qué le queda a éste más allá de la producción de su mirada?. El laboratorio fotográfico se ha extinguido y los químicos , las cubetas y la ampliadora, han sido sustituidos por potentes programas de software que permiten redefinir la imagen hasta el infinito, posibilitando su plasmación en extraordinarias impresoras que admiten no sólo tintas de máxima durabilidad, sino que además aceptan calidades de papel o sintético hasta ahora inimaginables. Y qué decir de las propias cámaras fotográficas. Aquellas cámaras de mediano y gran formato que otorgaban la condición de fotógrafo han ido quedando obsoletas desde la aparición de los primeros lectores CCD hasta llegar a nuestros días con la presencia inusitada de la captura de imágenes a través de los teléfonos móviles. La herramienta cámara hoy en día no es más que una estrategia de mercado que la industria mantiene para la obtención de unos beneficios que la propia tecnología se ha encargado de hacer disminuir. Hoy la tarea fotográfica no es exclusiva del fotógrafo, sino que está en manos de cualquiera que desee acceder a la tecnología adecuada, haciéndose necesario definir, de nuevo, el papel del artista y con ello, el papel del fotógrafo.

Pero si resultan atribularias las reflexiones acerca del nuevo rol del fotógrafo en plena era digital, no menos perturbadoras resultan las que se pueden hacer acerca de la naturaleza de lo fotográfico, dados los cambios tan drásticos y profundos que se han producido.

Para quienes creemos en la existencia de una historia propia de la fotografía no nos resulta pretencioso decir que ella ha sido la protagonista de la historia de la humanidad desde su invención, sabiendo modelar en cada instante de su evolución una forma de su propia cultura. Si hubiera que buscar protagonistas en la modernidad y la postmodernidad, la fotografía tendría una presencia evidente y principal permitiendo, gracias a ella, los más ricos y encendidos debates teóricos y reflexiones filosóficas, así como la evolución misma del arte.

No parece posible encontrar usos distintos para la fotografía que los que se han dado a lo largo de su historia y no parece que ello sea posible dado que no existe tampoco una humanidad distinta a la existente. La fotografía ha convivido con la memoria, con el documento, con la ciencia, con la sociología, con el arte, con todas y cada una de las manifestaciones en las que la humanidad se ha desarrollado. Ha estado presente en todos los niveles de su más reciente historia, tanto dentro de nuestro propio planeta como más allá de los confines de nuestra galaxia y ha sido testigo de todas y cada una de las convulsas etapas acontecidas en nuestra sociedad desde finales del siglo XIX hasta nuestros días.

Pero si los usos históricos de la fotografía no han desaparecido, sí resulta evidente que la práctica que de ellos se hacía sí ha cambiado y es precisamente en esa práctica en donde lo digital ha trastocado todos y cada uno de los principios en los que se fundaban tales usos.

La fotografía familiar o social ha traspasado las fronteras de la intimidad del hogar para exhibirse de manera casi impúdica en la plaza pública de internet. Nuestra memoria personal ya no se dilucida en la sala de estar sino que circula entre millones de ordenadores de todo el mundo, y la memoria pública ya no es un territorio reservado a las grandes agencias fotográficas, desde el mismo instante en que la mirada anónima pone en circulación el menor de los acontecimientos sociales que acontezca. El reportaje y el documento ya no son patrimonio exclusivo de valientes aventureros y reporteros, sino de miles de ciudadanos anónimos que acercan hasta los medios de comunicación o internet impresionantes imágenes de cuantos temas puedan ponerse al alcance de sus cámaras o teléfonos. La creación artística ya no es propia de los fotógrafos, cuando en los festivales internacionales de fotografía se premian series fotográficas de ciudadanos de a pie que nunca se han sentido artistas.

Se hace necesario dilucidar qué será de la fotografía después de la fotografía, se hace necesario saber cuál será el rol del fotógrafo en esta era tecnológica y se hace imprescindible conocer cuál será la naturaleza de lo fotográfico ante lo digital. Acaso pueda parecer que tal debate carece de importancia, pero a algunos se nos antoja que en ello se encuentran muchas de las claves de nuestro próximo futuro.

Foto: De la serie «The Roma Journeys», Joakim Eskildsen