El paisaje no es más que una construcción de la imaginación que nació en el momento en el que la humanidad se detuvo a contemplar la naturaleza. Es una proyección de la cultura que hacemos cuando miramos y observamos cada rincón de ella y cuya preexistencia es absolutamente imposible.
El paisaje -también- es una creación del artista, que al organizar, a su antojo, todos los elementos esenciales de la realidad, nos brinda un eco que convertimos en lo real, un eco que acomodamos a nuestra particular visión del mundo. En este sentido, el paisaje existe tanto en la mirada del artista como en la visión del espectador y es a través de esta dualidad que existe, se desarrolla y se transmite.
La palabra alemana wald significa bosque en nuestro idioma y para el fotógrafo alemán Michael Lange no sólo es la ocasión de mostrarnos su representación de la quietud, el silencio y la belleza, sino que -además- es un nexo esencial en su vida y la oportunidad de traer al presente los recuerdos del pasado que atesora en su memoria de cuando era un niño.
Si volvemos al principio de este comentario, es cierto que sus imágenes podrían ser contempladas desde diferentes puntos de vista en el contexto de la cultura actual, pero quizá me quede con el hecho de ver en ellas la posibilidad de rescatar la perdida conexión con la naturaleza, la ocasión de recuperar la armonía que deberíamos mantener con ella para salvarnos a nosotros mismos de la vertiginosa realidad de lo cotidiano y de la voracidad de un sistema de vida, cada vez más, alejado del auténtico orden natural de las cosas y de los seres vivos.
Foto portada y fotos: de la serie Wald de Michael Lange
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