No hace mucho escribía acerca de la capacidad de la fotografía para desplegarse como forma poética en la que la imagen adquiría una deriva interpretativa a la búsqueda de su significación.
Al igual que en las palabras, es cierto que sólo a través de la contigüidad podemos inferir el significado narrativo de las imágenes y ello no solamente por el hecho de que nuestra mirada se haya acostumbrado a asimilar los detalles descriptivos en ella contenidos, sino también porque se ha habituado a descifrar el propio discurso que en ella se da, dado que, no en vano, ya hace muchas generaciones que el ser humano convive con la imagen fotográfica.
Con todo, y como he dicho en otras ocasiones, a veces resulta extraordinariamente atractivo estar en presencia de una poética visual que no adquiere legitimidad en esa contigüidad que se dilucida en la serialidad, sino que surge por la transmisión de sentimientos, emociones y sensaciones que unicamente suele darse en la formación de un poema lírico.
Las imágenes de Sara García Pereda constituyen un claro ejemplo de esto que trato de decirles. Son la manera en la que la fotógrafa ve el mundo. Con parquedad, de forma fragmentada, misteriosa y seductora.
Se instauran como una elipsis de la realidad, donde -según algunos- se hace necesaria la contemplación de la melancolía, aunque, y sin embargo, sigo creyendo que en ellas lo que en realidad fluye de forma poderosa es el silencio, pero no el silencio opresivo de la tragedia, sino más bien el silencio majestuoso e imponente de la vida, aquel que nace de la ausencia de toda interferencia perturbadora y molesta cuando estamos ante nosotros mismos, un silencio desgarrador que, a modo de grito ensordecido, reclama nuestra presencia para que seamos testigos de nuestra propia realidad.
Foto Portada y Fotos de: Sara García Pereda
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