No podemos ni debemos evadirnos a la percepción de una fotografía en la que el tiempo, el espacio y el movimiento se conjugan en una forma ordenada bajo la abrumadora armonía de la confluencia entre el acontecimiento y la composición. Tampoco podemos ni debemos olvidarnos de que el medio fotográfico – en su propio devenir – evolucionó hacia postulados y formas que situaron en crisis su capacidad descriptiva y armónica y que pusieron en cuestión su pretendida naturaleza transparente.
Hace muchos años que la Fotografía logró demostrar que una imagen concreta podría sugerir sentimientos universales e ideas abstractas que la llevarían a discurrir por caminos hasta entonces vedados a ella. Las Equivalencias de A. Stieglitz o el formalismo poético de Minor White inauguraron pasajes de expresión amplios y abiertos que han llegado hasta la creación fotográfica de nuestros días, en la que se da una suerte de paroxismo de la alusión, la referencia y la metáfora. En cualquier caso, lo importante -para el medio fotográfico – ha sido que todo ello ha puesto de manifiesto que el dispositivo fotográfico evidencia una génesis bipolar en la que confluyen tanto el territorio de las formas como el de sus apariencias y que, en su seno, lo neto no se opone a lo movido sino que ambos son unas formas más de las múltiples en las que puede constituirse la imagen fotográfica. Una imagen fotográfica capaz de acercarnos tanto a la descripción de los acontecimientos universales como a los grandes temas poéticos en los que la forma y la materia entran en contacto íntimo a través de lo real.
Régis Durand afirma que «toda fotografía es portadora de temporalidades y de relaciones múltiples, de suerte que es necesario entender que estas temporalidades y experiencias son distintas a las del momento de la toma o a las del momento en que el espectador toma consciencia de ellas. Una fotografía puede aparecer como el testimonio de un estado de cosas extremadamente denso y fluido a la vez; pero también, el testimonio de un estado mental y afectivo del que hace la fotografía».
Vilém Flusser decía que «no existe una imagen fotográfica ingenua, bruta: una fotografía es siempre una fotografía de conceptos. Lo real no es lo que está significado, sino lo que significa, la información, la imagen simbólica». (Se produciría entonces una inversión del proceso de la significación: las fotografías se habrían vuelto indescifrables y habrían usurpado el lugar de lo real convirtiéndose en lo real para nosotros)
Desde estas perspectivas y si aceptamos esa naturaleza ambivalente de la imagen como testimonio del afecto del autor y como usurpadora de lo real, el tiempo de la imagen fotográfica no sólo proviene del movimiento, de su detención, de su secuencialidad, o del espacio que sirve de marco al hecho y al acontecimiento. El tiempo que nos puede proponer la fotografía es un tiempo interior, es el tiempo presente en que se constituye la imagen, es el tiempo que nace de la opacidad del dispositivo fotográfico en su relación con la experiencia, con la intención, con el afecto, con el pensamiento.
Hasta ahora lo fotográfico se orientaba hacia dos actitudes, una en la que la fotografía atestiguaba la presencia de lo real y otra en la que la fotografía demostraba su ausencia. En las imágenes fotográficas de la última década las obras están inmersas en una deriva en la que lo fluido y lo desenfocado nos proponen un tiempo de intersección entre esas dos actitudes. Un terreno en donde las sensaciones prevalecen sobre cualquier otra realidad posible y en donde el dispositivo fotográfico opera en la puesta en evidencia de toda posible especulación afectiva, como referencia a un estado mental en el que el tiempo es un residuo de memoria que provoca el nacimiento de un presente insondable e indescifrable. Las producciones más recientes evidencian esencialmente la presencia de una abstracción formal que nos conduce a una metamorfosis de la imagen con nuestros sentidos y sensaciones anímicas.
La fotografía hoy circula entre imágenes abiertas aunque cerradas, casi evidentes pero extrañas, casi definidas pero confusas, casi lumínicas pero sombrías. Imágenes que nos revelan que el tiempo, el espacio y el movimiento no son más que el tiempo, el espacio y el movimiento del propio sujeto. Imágenes que se configuran como un acto de pensamiento que persigue producir un sentido aparentemente vacío al circular en el orden de la dialéctica de la analogía y la abstracción.
La imagen fotográfica no es solamente una reflexión sobre estos conceptos en el seno de la propia Fotografía, en realidad es también un ensayo sobre el lugar que debe ocupar el sujeto en la experiencia fotográfica y por ello es más que un debate sobre lo fotográfico, es un debate sobre el propio arte contemporáneo.
Régis Durand en su obra Le Temps de l’image dice: …»mi posición es que se puede considerar a la fotografía como un acto de discurso: puede que no sea siempre una obra, pero casi siempre es un acto de palabra, a través del cual se transmite algo de un sujeto, de su condición mental, de su deseo, aunque a veces todo esto quede expresado con poca claridad»