Fotografía contemporánea por Francisco González Fernández.

Walking alone de Juan A. Franco

Walking alone, del fotógrafo Juan Franco, es la radiografía de un epílogo, el epílogo de la modernidad capitalista, ese período que, entre unos y otros, se convino en llamar posmodernidad. Un período en el que se derrumbaron todos los ídolos y valores, en el que de la moral puritana se pasó al hedonismo individual, en donde no se imponía un estilo porque se admitían todos, en el cual, la Verdad dejó paso a un universo de verdades relativas y en donde la utopía final de una humanidad armonizada sucumbió ante la necesidad de consumirlo todo.

En definitiva, los grandes relatos como el dogma de fe cristiano, la educación, la Razón, la emancipación de la pobreza y la socialización de las masas, sucumbieron ante el poderoso influjo del individualismo y de una economía y política cuyo norte era y es el despojo medioambiental y la obtención de beneficios rápidos y suculentos.

Pero si por algo debiéramos condenar firmemente a la posmodernidad sería por habernos desposeído de la capacidad de ser seres críticos, de ser seres públicos o en palabras de Duch y Chillón (Un ser de mediaciones, Antropología de la comunicación, Vol. I, Edit. Herder)

“el no advertir que se produce el relevo de la ética del ser por la del tener, espoleado por un consumismo basado en la creación de necesidades y deseos superfluos. O la sustitución de las ideologías continentales por un archipiélago de islotes ideológicos ––feministas, ecologistas, poscolonialistas o identitarias––, tan dispersos que se muestran incapaces de enfrentar la tecnoburocracia globalizada. O la anemia de un pensamiento de izquierdas confinado al reducto erudito, que a fuer de servil resulta inofensivo e inane debiendo añadir a tales penurias otras de comparable fuste, a fin de otear el paisaje. Así, la rampante mercantilización de la práctica totalidad de los ámbitos sociales, incluidos los de tenor espiritual y artístico. Y la erosión de la frágil secuencia temporal humana en una época señalada, en palabras de Fredric Jameson, por no saber ni querer pensarse históricamente. Y la proclividad, alentada por la sociedad del espectáculo, a la trivial estetización de la economía y la política, de la ética y la ciudad, del cuerpo y los sentimientos, de la naturaleza y la guerra. Y la irresponsabilidad de buena parte de los ciudadanos, que a su condición de súbditos que se ignoran —de una democracia carcomida por la demagogia, la corrupción y el decisionismo, por cierto— añaden el desvarío de sentirse cómplices del mismo sistema que los sojuzga, como se echa de ver en este trance aciago. Y, en fin, la miopía de unas generaciones que se han creído propietarias de un presente pletórico y eterno, una utopía del ahora y el aquí que ha hipotecado el porvenir de las futuras”

Hemos sido expulsados de la tribu, quieren que dejemos de pertenecer al grupo, en donde éramos uno y todos a la vez. Nuestra vida se ha tornado solitaria a pesar del ruido, del caos, de la información y los medios de comunicación que invaden nuestra intimidad y -en este trance- en esta agonía de la posmodernidad, debemos de saber que sólo existe un camino, aquel que nos conducirá al encuentro de nuevas formas y modelos que nos permitan reedificar la herencia del Humanismo y la Ilustración y que den paso a nuevos idearios que posibiliten una nueva ética más solidaria, más cívica y más respetuosa con nuestro entorno, todo aquello que garantice un mejor futuro para la humanidad.

Francisco González